lunes, 5 de enero de 2009

Ámbar

El ámbar es como un pedacito del pasado que nos visita de tiempos remotos, de los que no existen recuerdos, sólo vestigios. Cuántos vestigios guarda este planeta que esperan ser concadenados para contar una historia.

El pasado, este pedazo de ámbar representa el pasado. ¿De qué nos puede servir el pasado? ¿De ejemplo? ¿De enseñanza? ¿De recuerdo? Hay trozos del pasado que no caen en alguna de las categorías mencionadas o en categorías relacionadas. Otras, como el ámbar, caen después de años en la casilla de piedras preciosas. Joyas, sin uso alguno, aunque de mucho valor. Atribuyámosle un valor sentimental.

Hay ámbares y ámbares. Ámbares que capturaron el último aliento de una hormiga, ámbares que se empozaron en su suelo y se endurecieron con el rigor del tiempo, ámbares que guardan secretos aún no descubiertos.

El pasado es algo que se suma eternamente a nuestra sombra, aunque ésta no se haga más grande con el paso de los años. Son piedritas que encallan en lo profundo de nuestros párpados y que resplandecen cuando es hora de cambiar de página. Son nuestros pasos los que acomodan y disponen estas resplandecientes lágrimas amarillentas. Ellas sólo sirven de apoyo a nuestros pies. Nosotros elegimos si surcar un sendero al cielo o al averno que asfaltaran con su dureza, con su imposibilidad.

El argumento es tonto. Las piedras enseñan poco por sí solas. Es como apuntar con el dedo hacia un horizonte y quedarnos absortos mirando al dedo extendido, extenuado, intentando no ceder ante la gravedad. Lo más triste es que miraremos recién el horizonte cuando el sol se haya ocultado, cuando no haya más luz que nos deje seguir viendo el dedo. Así son las joyas. Es en vano pretender arrojarlas lejos de uno, como guijarros, como palomas mensajeras sin retorno. Cada una de las personas especiales en mi vida ha dejado su propio ámbar en mi vida, la cristalización de un momento imperdible de esta vida, uno que aunque quiera escapar corriendo al olvido, no podrá. Sin embargo, a pesar de lo que pienso, no todas las piedras pueden o deben ser admiradas, expuestas orgullosamente en un collar, llevadas sobre la piel como trofeos de guerra. Ellas guardan los mejores momentos y guardan quizá las más duras enseñanzas.

La dificultad se encuentra en saber qué piedras deberán permanecer escondidas en las profundidades del olvido y cuáles deberían nunca ser olvidadas. Aquello tan bello se convirtió en pasado y no habrá aliento que la devuelva a la vida. Dentro de poco dejará de brillar, cuando pase la siguiente página. El problema es: ¿debería?

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