domingo, 9 de septiembre de 2007

The unperks of being too »good«

Estuve pensando en cambiar el título por un »The unperks of being too goof« . Ambos títulos son al fin y al cabo contradictorios. Contradicen lo que una persona promedio pensaría que es ser bueno.

El problema es que no trato a los demás como se merecen, sino como me gustaría que me traten y jode. Realmente jode. Dormir 3 horas por alguien, hacer algún sacrificio por alguien, romper una que otra regla, entre otras cosas, lo hago con tanto gusto. Es allí donde comienza el círculo vicioso. Después del favor vienen las mil y un gracias. He llegado hasta el punto de acostumbrarme a sesiones de cuasi-veneración. ¿Es una costumbre resaltar virtudes que uno no sabia que tiene cuando le hace un favor a alguien? Por lo general, se estila a decir "no es para tanto," "estás exagerando, " "no tienes que agradecerme nada," o simplemente se responde con una sonrisa medio avengonzada por tanta lisonja y uno queda como modesto frente a los ojos de los demás. Pero hey, de veras, ¿cuando te sacan a relucir mil y un virtudes y cualidades? Personalmente, me provoca antes que nada decirles "Qué bueno que te pude ayudar. Ahora, ¿hasta cuando no volveré a saber nada de ti?" Y lo digo con resentimiento porque hace parecer tan innecesarias las cosa que hago.

Me encanta la gratitud de las personas, es la mejor recompensa que uno puede obtener haciéndo algo sin esperar cosa a cambio. Sin embargo, preferiría mil y un veces que me manden un mensaje de texto una mañana deseándome un buen día o que me llamen un fin de semana cinco minutos para saber como estoy en vez de tener que escuchar mil y un adulaciones.

Cuando escribo «too good» lo hago con algo de fastidio, porque generalmente me es inevitable querer hacer las cosas bien, muy a pesar de que el resto pueda merecerlo o no. De cualquier forma, los círculos viciosos son una verdadera molestia.

Me duele la garganta

Raro título para un nuevo post. ¿Sabes? Como escritor me doy la licencia para escribir lo que yo quiera, decirlo como yo quiera, crearlo como yo quiera. Sin embargo, hay un momento en el que choco con los límites morales de las letras. El punto es, qué sucede cuando llegas al límite entre lo que uno crea por libre albedrío, porque se le antoja y porque tiene la capacidad de hacerlo, y qué sucede cuando uno quiere escribir algo que simplemente viene del corazón, sin mayores arreglos, sin mayor literaturismo, sin mayor hipérbole; qué sucede cuando uno quiere escribir algo por el simple deseo de expresar un simple estado emocional, algún sentimiento. Una de las únicas cosas que me gustó de Bryce (además del semáforo en París) es la razón que tiene al decir que el escritor escribe por ser querido y admirado. Muy en el fondo, ése es el sentido. Tengo algo que decir, tengo mucho por decir. A veces reflexiono sobre la forma en la que me gano la admiración o el cariño de los demás y lo hago de formas tan extrañas. Muchas tienen que ver con cómo pienso o qué escribo. El problema viene a veces cuando ambas cosas se confunden y se piensa que soy lo que escribo y que escribo lo que soy. Estoy llegando a ignorar quién soy en realidad. Lo hago por momentos. A veces dudo. Dudo mucho más de lo que aparento.

sábado, 1 de septiembre de 2007

Preguntas cartesianas

Si supieras amar, ¿me amarías?