domingo, 9 de septiembre de 2007

Me duele la garganta

Raro título para un nuevo post. ¿Sabes? Como escritor me doy la licencia para escribir lo que yo quiera, decirlo como yo quiera, crearlo como yo quiera. Sin embargo, hay un momento en el que choco con los límites morales de las letras. El punto es, qué sucede cuando llegas al límite entre lo que uno crea por libre albedrío, porque se le antoja y porque tiene la capacidad de hacerlo, y qué sucede cuando uno quiere escribir algo que simplemente viene del corazón, sin mayores arreglos, sin mayor literaturismo, sin mayor hipérbole; qué sucede cuando uno quiere escribir algo por el simple deseo de expresar un simple estado emocional, algún sentimiento. Una de las únicas cosas que me gustó de Bryce (además del semáforo en París) es la razón que tiene al decir que el escritor escribe por ser querido y admirado. Muy en el fondo, ése es el sentido. Tengo algo que decir, tengo mucho por decir. A veces reflexiono sobre la forma en la que me gano la admiración o el cariño de los demás y lo hago de formas tan extrañas. Muchas tienen que ver con cómo pienso o qué escribo. El problema viene a veces cuando ambas cosas se confunden y se piensa que soy lo que escribo y que escribo lo que soy. Estoy llegando a ignorar quién soy en realidad. Lo hago por momentos. A veces dudo. Dudo mucho más de lo que aparento.

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